"Si tiras demasiado de la cuerda, se rompe"
Así de simple. Nos lo habrán dicho millones de veces, y parece que no lo entendemos del todo. Quizás porque confiamos demasiado en su fuerza, quizás porque nos importa una mierda si termina hecha añicos. "Es lo que tenía que pasar", diremos. Al fin y al cabo, ¿para qué quiere uno una cuerda? Para nada. Y si la vuelves a la necesitar, vas a la ferretería y te compras otra. No es más que eso. Un trozo de material que no sé describir, reemplazable, igual a otros. Hay metros y metros de cuerdas en el mundo, la tuya no es diferente por mucho cariño que le tengas por llevar jugando, saltando y disfrutando con ella media eternidad.
"Si tiras demasiado de la cuerda, se rompe" - Te dicen.
Y sigues tirando. Como quien piensa que todo es cuestión de destino. Como quien no entiende que no lo que no sobrevive muere. Como quien no le tiene miedo a la muerte, como si no supiera que la muerte es el fin del mundo. A todos nos gusta el mundo incluso cuando estamos rodeados de lágrimas. Las lágrimas pueden ser bonitas cuando entendemos que sentir es una puta maravilla, el mejor regalo que nos han hecho nunca. Y entonces lloras, y entiendes que el origen de ese dolor es el ser consciente de que la jodida cuerda está cada vez más tensa, y se va a romper, y tú te vas a quedar con un "es lo que tenía que pasar" entre las piernas. Porque es lo que tenía que pasar. Porque los muros son muros y cuando a uno se le agotan las ganas de saltarlos, te impiden ver lo que está al otro lado. Y lo que es más importante, te impiden tocarlo. Y entonces te das cuenta de que no pasa nada, porque en el lado en que te encuentras también hay cosas que merecen la pena. Aunque sigas preguntándote "qué hubiera pasado si...", aunque no sirva de nada. Pero no vamos a engañarnos. Se aprende a vivir viviendo. Y que algo salga mal doscientas veces no implica necesariamente que vaya a salir mal siempre, pero sí que existen muchas posibilidades de que así sea.
"Si tiras demasiado de la cuerda, se rompe"
Tira, tira, tira...
25 de noviembre de 2013
16 de noviembre de 2013
No te vayas.
"Las cosas suceden poco a poco y nos damos cuenta de repente". Es lo que pasa, la vida. Van pasando las horas, los planes, los pensamientos, los fines de semana... hasta que todo cambia. Incluso tú. Y no importa cómo te pongas, no importa que la nostalgia te inunde con el ayer, ni que prefieras el hoy, ni que tengas un montón de fotografías escondidas en alguna de esas cajas repletas de recuerdos que no estás dispuesto a olvidar. Podrás recordar todo lo que quieras, pero el recuerdo no será más que eso: recuerdo. Y como dejes que pese demasiado terminarás convirtiéndote en una de esas personas que viven en presente, pero sin presente. Viviendo de una ilusión que no existe más allá de tu cabeza, pensando en un ayer que probablemente ni siquiera ha sido como tú lo recuerdas.
Ayer sucedió. Escribí uno de esos mensajes de cumpleaños a una de esas personas que en su día fueron importantes y hoy, simplemente, están ahí. Y pensé en todas las hormigas que en su día fueron gigantes. Malditos desconocidos con caras que "te suenan" porque están en todas tus fotografías del pasado. O que aparecen en forma de fantasmas cuando escuchas alguna canción, en las sábanas de tu cama cuando hace frío, en las sonrisas de alguien que sonríe exactamente del mismo modo en que ellos sonreían.
Supongo que por eso no puedo evitar aferrarme a ti. Tiene que ser por eso. De ahí vienen las idas y venidas. No es porque necesite transformarte en palabras para tener algo que escribir, tú siempre has sido mucho más que palabras. Es porque, si paso página, si dejo que tú la pases... si algún día te vas. Si yo me quedo sola. Si necesito llamar a alguien, pero no sé a quién. Si te necesito y no estás. O no quiero que estés. Si me convierto en uno de esos errores reversibles que uno puede remediar, en ese "no fue para tanto" tan habitual... Que sí, que tengo miedo de perderte. Y entiéndelo. Yo siempre me he sentido completa porque tú estabas ahí.
5 de noviembre de 2013
Cajón desastre.
Me he levantado a las 11 pasadas. Una mala noche. Una mala noche entre muchas noches buenas sabe peor que cuando uno se acostumbra a que todas sean una mierda. Me he desinmunizado al dolor y duele. He bebido un vaso de leche de arroz, fresa y plátano en mi taza favorita. Despacio, lento. Habláis del sabor del chocolate porque seguramente no la habéis probado. Ingerir algún alimento puede producir placer, aunque sea en cosas contadas. Y más si mientras leo "Yo mataré monstruos por ti", miro a mi alrededor y veo que aunque siguen estando, son más pequeños. O quizás yo sea más grande. Pero no lo olvidemos, he pasado una mala noche, así que esta no es una de mis mejores mañanas. Si lo fuera, habría salido de la cama muchas horas antes y me habría llenado ya de muchas otras cosas, no habría tenido pesadillas y no me dolería todo el cuerpo. Me miro en el espejo: mi cara está más pálida de lo normal. Creedme, es posible. Me apetecen cosas que en este momento no puedo tener, pero es mejor eso a que no me apeteciese nada. Sé lo que es y no conozco ninguna palabra para describirlo. Como morir en vida. Arizona -mi gata- me lame los pies. Es gracioso. Es la única "persona" en el mundo a la que le gustan, y yo dejo que los mire. Mientras miro mis manos, llenas de arañazos. Los considero un mapa de sus juegos, un recuerdo de sus abrazos, y son mucho más bonitos que todos los cortes que ahora vuelco sobre folios en blanco cada vez más esparcidos en el tiempo. No sé cómo ha sucedido, ni por qué, ni si existe un sólo motivo o es el conjunto de muchas cosas. Sea como sea, sin lugar a dudas me alegro de verlas tan lejanas en el tiempo. Pensé que jamás me podría despegar. Me hace sentir que, pasados unos años, quizás haya dejado atrás cosas que ahora pienso que siempre me acompañarán.
Pero después... llega alguien y nos besa. O sales a correr y te olvidas del mundo. O te corres, y hacen que te olvides del mundo. O ves una película, te vas de viaje, o diseñas una estrategia para hacer a tu mejor amigo feliz. Encuentras tu jersey favorito en el fondo de un cajón y descubres que aún no tiene bolas. Se te rompen unos vaqueros que no te gustaban y te empiezan a gustar. Tomas zumo de naranja y está tan ácido que casi tienes un orgasmo. O te levantas por la mañana después de una noche de mierda y descubres que, si duele, es porque te has desinmunizado al dolor. Y entonces ser quizás siga siendo complicado, pero parece sencillo.
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